Las dudas sobre estilo resultan una consulta personal muy común. Más en una era donde hemos corroborado que las apariencias construyen realidad y, que nadie tiene puesta ninguna máscara realmente: la máscara es todo lo que hay. Esta idea tan potente sale de esta nota de Vestoj. Lo que sigue es mi propia interpretación.
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Mis esfuerzos por instalar mi propio estilo en virtud de mis ideales pasaron por dar la talla con las expectativas de una carrera de negocios muy prometedora.
En la universidad pensaba que tenía que ser “la chica deportista” o “la chica intelectual” o “la chica graciosa” o “la chica de moda”. Pasé por todas. Incluso hubo un semestre en el que me vestí solo de negro todos los días para “olvidarme de la moda y concentrarme en mis estudios”.
Mi bajo nivel de status percibido me hacía pensar que debía compensar desde mi ropa cualquier vacío de pertenencia.
Pensar en vestirme como alguien con estilo era innegablemente el “fake it ‘till you make it” que escucharía años luego en un video de TED para validar mis ganas de encajar.
¿Qué más significa crecer sino el ejercicio de re colocarnos desde nuestras propias decisiones en nuevos grupos de pertenencia fuera de lo heredado por nuestra familia?
¿De qué otro modo nos probamos normales si no abandonamos nuestra inherente sensación de soledad al conectarnos con otros similares a nosotros?
Los ejercicios de las apariencias son más cruciales de lo que jamás podremos imaginar. Nadie que sienta que no pertenece se libra de una mínima dosis de estrés. Nadie que sienta que no hace lo que debe para dar la talla con sus pares se libra de dudas sobre su performance hacia el mundo.
Mis fachas mientras estudiaba economía reflejaban solamente mis intentos de pertenencia a una nueva ciudad y las ganas de ir a comerme el mundo.
Lo curioso de este proceso, es que el mundo es a veces un lugar mucho más gentil y noble del que pensamos. Y nuestra lucha se libra solo para la idea que tenemos de nosotros mismos.
Aunque los veintes son toda una nube de dudas y experimentos sobre el “yo”, aprendí que así como nos alimentamos de nuestras apariencias para entender quienes somos, estas también se alimentan de lo más profundo de nosotros para existir. Y es ese ejercicio bidireccional el que construye nuestra identidad —iterativamente— todo el tiempo.
Las demandas del ojo público pueden resultar muy confusas y hasta nocivas si creemos que tenemos que disfrazarnos para los demás. Vestirnos es un acto creativo y personal que termina de informarnos sobre nosotros mismos.
— prw